Sus palabras quedaron flotando allí, en la oscuridad entre nuestras voces. A veces encontraba consuelo en ese espacio, pero en tres meses, sólo había encontrado disturbios. Ese espacio volvió a un lugar conveniente para ocultarse. No por mí, por él. Mis dedos dolían, por lo que les permití relajarse, sin darme cuenta de lo duro que había estado agarrando mi teléfono celular.
Mi compañera de cuarto, Raegan, se sentaba junto a mi maleta, abierta sobre la cama, con las piernas entrecruzadas. Cualquiera que fuese la mirada que estaba en mi cara la impulsó a tomar mi mano. ¿T.J.? articuló.
Asentí.
—¿Podrías por favor decir algo? —preguntó T.J.
—¿Qué quieres que diga? He empacado. Pedí mis vacaciones. Hank ya le ha dado a Jorie mis turnos.
—Me siento como un gran idiota. Ojalá no tuviera que ir, pero te lo advertí. Cuando tengo un proyecto en curso, pueden llamar en cualquier momento. Si necesitas ayuda con el alquiler o cualquier cosa…
—No quiero tu dinero —le dije, frotándome los ojos.