Primer capitulo Beautiful Oblivion

14 mayo 2014


Sus palabras quedaron flotando allí, en la oscuridad entre nuestras voces. A veces encontraba consuelo en ese espacio, pero en tres meses, sólo había encontrado disturbios. Ese espacio volvió a un lugar conveniente para ocultarse. No por mí, por él. Mis dedos dolían, por lo que les permití relajarse, sin darme cuenta de lo duro que había estado agarrando mi teléfono celular.
Mi compañera de cuarto, Raegan, se sentaba junto a mi maleta, abierta sobre la cama, con las piernas entrecruzadas. Cualquiera que fuese la mirada que estaba en mi cara la impulsó a tomar mi mano. ¿T.J.? articuló.
Asentí.
—¿Podrías por favor decir algo? —preguntó T.J.
—¿Qué quieres que diga? He empacado. Pedí mis vacaciones. Hank ya le ha dado a Jorie mis turnos.
—Me siento como un gran idiota. Ojalá no tuviera que ir, pero te lo advertí. Cuando tengo un proyecto en curso, pueden llamar en cualquier momento. Si necesitas ayuda con el alquiler o cualquier cosa…
—No quiero tu dinero —le dije, frotándome los ojos.


—Pensé que sería un buen fin de semana. Juro por Dios que lo hice.
—Yo eensé que iba a estar abordando un avión mañana por la mañana, y en cambio me estás llamando para decir que no puedo ir. Una vez más.
—Sé que esto parece como un movimiento idiota. Te juro que les dije que tenía planes importantes. Pero cuando las cosas están así, Cami… Tengo que hacer mi trabajo.
Limpié una lágrima de mi mejilla, pero me negué a que me escuchara llorar. Evité que mi voz temblara. —¿Vas a venir a casa para Acción de Gracias, entonces?
Suspiró. —Quiero. Pero no sé si puedo. Depende de si esto estará solucionado. Te extraño. Mucho. No me gusta esto, tampoco.
—¿Tu horario puede mejorar? —pregunté. Le llevó más tiempo de lo que debería responder.
—¿Qué si digo que probablemente no?
Levanté mis cejas. Esperaba esa respuesta, pero no esperaba que fuera tan… veraz.
—Lo siento —dijo. Me lo imaginé avergonzado—. Acabo de entrar en el aeropuerto. Me tengo que ir.
—Sí, de acuerdo. Hablamos más tarde. —Forcé mi voz para que fuese tranquila. No quería sonar molesta. No quería que pensara que era débil o sensible. Él era fuerte y autosuficiente, y hacía lo que había que hacer sin quejarse. Traté de ser eso para él. Quejándome de algo fuera de su control no ayudaría nada.
Suspiró de nuevo. —Sé que no me crees, pero yo te amo.


—Te creo —le dije, y lo decía en serio.
Presioné el botón rojo en la pantalla y dejé caer mi teléfono a la cama.
Raegan ya estaba en modo de control de daños. —¿Fue llamado a trabajar?
Asentí.
—Bueno, entonces, tal vez ustedes solo tengan que ser más espontáneos. Tal vez puedas simplemente aparecer, y lo llamas cuando estés allí, esperando por él. Cuando vuelva, lo tomas donde lo dejaron.
—Tal vez.
Me apretó la mano. —¿O quizá él es un idiota que debería dejar de escoger entre su trabajo y tú?
Negué con la cabeza. —Ha trabajado muy duro por este puesto.
—Ni siquiera sabe en qué posición está.
—Te lo dije. Está utilizando su título. Se ha especializado en el análisis estadístico y reconfiguración de datos, sea lo que sea.
Me lanzó una mirada dudosa. —Sí, también me dijiste que debe mantener todo en secreto. Lo que me hace pensar que no está siendo totalmente honesto contigo.
Me levanté y deshice mi maleta, dejando que todo el contenido se derramara sobre el edredón. Por lo general, sólo hacía mi cama cuando hacía las maletas, así que ahora podía ver la tela de color azul claro del edredón con algunos tentáculos de pulpo azul marino esparcidos en ella. T.J. lo odiaba, pero me hacía sentir como si me abrazaran mientras dormía. Mi habitación estaba hecha de cosas extrañas, al azar, pero también yo.
Raegan rebuscó entre el montón de ropa, y levantó un top negro con los hombros y la parte delantera estratégicamente rasgados. —Las dos tenemos la noche libre. Debemos salir. Que nos sirvan los tragos por una vez.
Agarré la camisa de sus manos y la examiné mientras reflexionaba sobre la sugerencia de Raegan. —Tienes razón. Deberíamos. ¿Vamos en tu coche o en el Smurf?
Raegan se encogió de hombros. —El tanque está casi vacío y no me pagan hasta mañana.
—Parece que en el Smurf, entonces.
Después de una estruendosa sesión en el baño, Raegan y yo saltamos dentro de mi Jeep azul claro modificado. No estaba en su mejor forma, pero una vez, alguien tuvo la suficiente visión y el amor para moldearla en un híbrido Jeep/camión. El desertor mimado de la universidad que era dueño del Smurf antes que yo, no lo amó tanto. Los cojines de cuero de los asientos estaban rasgados, la alfombra tenía agujeros de cigarrillos y manchas y el techo necesitaba ser reemplazado, pero que estuviera descuidado significaba que yo podía pagar por él en su totalidad, y un pago completo por un vehículo era la mejor clase de propiedad.
Me abroché el cinturón de seguridad y hundí la llave en el contacto.
—¿Debo rezar? —preguntó Raegan.
Giré la llave y el Smurf hizo un zumbido enfermizo. El motor farfulló, luego ronroneó y las dos aplaudimos. Mis padres criaron a cuatro niños con el sueldo de un trabajador de fábrica. No le compraron un vehículo a ninguno de mis hermanos, a pesar de sus recursos, así que lo correcto era ni siquiera molestarme en pedir uno. Conseguí un trabajo en la tienda de helados local cuando tenía quince años, y ahorré $557.11. El Smurf no era el vehículo que soñé cuando era pequeña, pero 550 dólares me compró la independencia, y eso no tenía precio.
Veinte minutos más tarde, Raegan y yo nos hallábamos en el lado opuesto de la ciudad, pavoneándonos por el aparcamiento de grava de La Puerta Roja, lentamente y al unísono, como si estuviéramos siendo filmadas mientras caminábamos con una banda sonora de chicas rudas.
Kody estaba de pie en la entrada, sus enormes brazos, probablemente, del mismo tamaño que mi cabeza. Nos miró cuando nos acercamos. —Identificaciones.
—¡Vete a la mierda! —gruñó Reagan—. Trabajamos aquí. Sabes la edad que tenemos.
Él se encogió de hombros. —Todavía tengo que ver los ID.
Le fruncí el ceño a Raegan, y ella puso los ojos en blanco, hurgando en su bolsillo trasero. —Si no sabes la edad que tengo en este momento, tenemos problemas.
—Vamos, Raegan. Deja de reventarme las pelotas y déjame ver la maldita cosa.
—La última vez que te dejé ver algo, no me llamaste por tres días.
Él se encogió. —Nunca va a superar eso, ¿verdad?
Le aventó su ID a Kody y él la atrapó contra su pecho. La miró, y luego se la devolvió y me miró expectante. Le entregué mi licencia de conducir.
—¿Pensé que te ibas de la ciudad? —preguntó, bajando la mirada antes de regresarme la tarjeta de plástico fino.
—Larga historia —le dije, metiendo mi licencia en el bolsillo de atrás. Mis pantalones eran tan apretados que me sorprendió que pudiera caber cualquier cosa además de mi culo allí.
Kodi abrió la puerta roja de gran tamaño, y Raegan sonrió dulcemente. —Gracias, cariño.
—Te quiero. Sé buena.
—Siempre soy buena —le dijo, guiñando un ojo.
—¿Nos vemos cuando salga del trabajo?
—Sip. —Ella me empujó por la puerta.
—Ustedes son la pareja más extraña —le dije sobre el ruido. Vibraba dentro de mi pecho, y estaba bastante segura de que cada latido hacía que mis huesos temblaran.
—Sip —dijo Raegan nuevo.
La pista de baile ya se encontraba llena de sudor y de universitarios borrachos. El semestre de otoño estaba en pleno apogeo. Raegan se acercó a la barra y se quedó al final. Jorie le guiñó un ojo.
—¿Quieres que te despeje un par de asientos? —preguntó.
Raegan negó con la cabeza. —¡Sólo te estás ofreciendo porque quieres mis consejos desde ayer por la noche!
Jorie rió. Su cabello largo y rubio platino caía en ondas sueltas por los hombros, con algunos mechones negros por aquí y por allá. Llevaba un minivestido negro y botas de combate, y presionaba los botones en la caja registradora para cobrarle a alguien mientras hablaba con nosotros. Todos habíamos aprendido a realizar múltiples tareas y a movernos como si cada propina fuese un billete de cien dólares. Si podías servir las copas lo suficientemente rápido, tenías una oportunidad de trabajar en éste bar, y las propinas de hecho podrían pagar el valor de un mes de las facturas en un fin de semana.
Ahí era donde yo había estado atendiendo el bar durante un año, hace sólo tres meses fui contratada en La Puerta Roja. Raegan trabajaba a mi lado, y juntas hemos mantenido esta máquina engrasada como una stripper en una piscina de plástico llena de aceite para bebé. Jorie y el otro barman, Blia, trabajan en la barra al sur de la entrada. Era básicamente un quiosco, y les encantaba cuando Raegan o yo estábamos fuera de la ciudad.
—¿Entonces? ¿Qué quieren de beber? —preguntó Jorie.
Raegan me miró, y luego otra vez a Jorie. —El whisky amargo.
Hice una mueca. —Menos el amargo, por favor.
Una vez que Jorie nos pasó nuestras bebidas, Raegan y yo encontramos una mesa vacía y nos sentamos, conmocionadas por nuestra suerte. En los fines de semana siempre estaban lleno, y una mesa disponible a las 10:30 no era común.
Sostuve un paquete nuevo de cigarrillos en la mano y golpeé el final del mismo contra la palma de mi mano para empaquetarlos, y luego arranqué el plástico, volteando la parte superior. A pesar de que en el bar había mucho humo, que solo con estar sentada allí me hacía sentir como si estuviera fumando un paquete entero de cigarrillos, era agradable sentarse en una mesa y relajarse. Cuando trabajaba, por lo general tenía tiempo para una calada y el resto se quemaba solo, sin fumarlo.
Raegan me vio encenderlo. —Yo quiero uno.
—No, no quieres.
—Sí, sí quiero.
—No has fumado en dos meses, Raegan. Me culparas mañana por arruinar tu racha.
Hizo un gesto hacia la habitación. —¡Estoy fumando! ¡Ahora mismo!
Entrecerré los ojos hacia ella. Raegan era una exótica belleza, de cabello largo y castaño, piel bronceada y ojos marrón miel. Su nariz era perfectamente pequeña, no demasiado redonda o demasiado puntiaguda, y su piel la hacía parecer como recién salida de un anuncio de Neutrogena. Nos conocimos en la escuela primaria, y yo estuve inmediatamente atraída por su brutal honestidad. Raegan podía ser muy intimidante, incluso para Kody, quien, con un metro noventa, era más de treinta centímetros más alto que ella. Su personalidad era encantadora para aquellos a los que amaba, y un repelente para los que no quería.
Yo era lo opuesto a exótica. Mi enmarañado cabello castaño y mi abundante flequillo era fácil de mantener, pero no muchos hombres lo encontraban sexy. No muchos hombres me encontraban atractiva en general. Yo era la chica de al lado, la mejor amiga de su hermano. Crecer con tres hermanos y nuestro primo Colin podría haberme hecho un marimacho si mis curvas, sutiles pero aún presentes, no me hubiesen expulsado del club social a los catorce años.
—No seas esa chica —le dije—. Si quieres uno, ve a comprarte el tuyo.
Se cruzó de brazos, haciendo un mohín. —Por eso lo dejé. Están jodidamente caros.
Me quedé mirando el papel ardiendo y el tabaco clavado entre mis dedos. —Eso es un hecho, mi culo en bancarrota continúa notándolo.
La canción pasó de algo que todos querían bailar, a una canción que nadie quería bailar, y decenas de personas comenzaron a hacer su camino fuera de la pista de baile. Dos chicas se acercaron a nuestra mesa e intercambiaron miradas.
—Esa es nuestra mesa —dijo la rubia.
Raegan apenas las notó.
—Disculpa, perra, ella está hablando contigo —dijo la morena, dejando su cerveza en la mesa.
—Raegan —le advertí.
Raegan me miró con una cara en blanco, y luego a la chica con la misma expresión. —Fue su mesa. Ahora es la nuestra.
—Nosotros llegamos primero —dijo la rubia entre dientes.
—Y ahora ya no —dijo Raegan. Cogió la botella de cerveza no invitada y la arrojó por el suelo. Se derramó sobre la alfombra oscura—. Ve a buscarla.
La morena vio rodar su cerveza por el suelo, y luego dio un paso hacia Raegan, pero su amiga le agarró ambos brazos. Raegan le ofreció una risa poco impresionada, y luego volvió su mirada hacia la pista de baile. La morena finalmente siguió a su amiga a la barra.
Tomé una calada de mi cigarrillo. —Pensé que íbamos a pasar un buen rato esta noche.
—Eso fue divertido, ¿verdad?
Negué con la cabeza, sofocando una sonrisa. Raegan era una gran amiga, pero no me metería con ella. Crecer con tantos niños en la casa me había dado suficientes peleas para toda la vida. No me trataban como a un bebé. Si no me defendía, solo peleaban sucio hasta que conseguía lo que quería. Y yo siempre lo hacía.
Raegan no tenía una excusa. No era más que una perra rudimentaria. —Oh, mira. Megan está aquí —dijo, señalando a la belleza de ojos azules y cabello oscuro en la pista de baile. Negué con la cabeza. Ella se encontraba allí con Travis Maddox, básicamente siendo follada delante de todos en la pista de baile.
—Oh, esos chicos Maddox —dijo Raegan.
—Sí —dije, tragando mi whisky—. Esta fue una mala idea. No me siento muy de club esta noche.
—Oh, detente. —Raegan bebió su whiskey amargo y luego se puso de pie—. Las perras quejumbrosas todavía están mirando esta mesa. Iré a conseguir otra ronda. Tú sabes que la noche apenas comienza.
Ella tomó mi copa y la suya y me dejó para ir a la barra.
Me volví, viendo a las chicas mirándome, esperando claramente a que me alejara de la mesa. Yo no iba a levantarme. Raegan obtendría la mesa de regreso si ellas trataban de tomarla, y eso sólo causaría problemas.
Cuando me di la vuelta, un chico se encontraba sentado en la silla de Raegan. Al principio pensé que Travis se había abierto paso de alguna manera, pero cuando me di cuenta de mi error, sonreí. Trenton Maddox se inclinaba hacia mí, con los brazos tatuados cruzados, con los codos apoyados en la mesa frente a mí. Se frotó la barba de varios días que salpicaba su mandíbula cuadrada con los dedos, con los músculos de los hombros abultados a través de su camiseta. Tenía tanta barba en su cara como cabello arriba de su cabeza, excepto por la ausencia de pelo de una pequeña cicatriz cerca de su sien izquierda.
—Luces familiar.
Levanté una ceja. —¿En serio? Caminaste hasta aquí y te sientas, ¿y eso es lo mejor que tienes?
Hizo un espectáculo recorriendo sus ojos sobre cada parte de mí. —No tienes ningún tatuaje que yo pueda ver. Supongo que no nos hemos encontrado en la tienda.
—¿La tienda?
—La tienda de tatuajes donde trabajo.
—¿Eres tatuador ahora?
Sonrió, un hoyuelo profundo apareció en el centro de su mejilla izquierda. —Sabía que nos hemos visto antes.
—No lo hemos hecho. —Me volví para ver a las mujeres en la pista de baile, riendo, sonriendo y mirando a Travis y Megan jodiendo de pie. Pero la segunda canción terminó, él se fue y se dirigió directamente a la rubia que reclamó la propiedad sobre la mesa. A pesar de que había visto a Travis pasando sus manos por toda la piel sudorosa de Megan dos segundos antes, ella sonreía como una idiota, esperando ser la siguiente.
Trenton rió una vez. 
—Ese es mi hermano pequeño.
—Yo no lo discutiría —dije, sacudiendo la cabeza.
—¿Fuimos juntos a la escuela? —preguntó.
—No me acuerdo.
—¿Recuerdas si fuiste a Eakins en cualquier momento entre el preescolar hasta el duodécimo grado?
—Lo hice.
El hoyuelo izquierdo de Trenton se hundió en cuanto sonrió. —Entonces, nos conocemos.
—No necesariamente.
Trenton rió de nuevo. —¿Quieres un trago?
—Tengo uno en camino.
—¿Quieres bailar?
—Nop.
Un grupo de chicas pasaron, y los ojos de Trenton se centraron en una. —¿Esa es Shannon de Economía Doméstica? Maldita sea —dijo, girando ciento ochenta grados en su asiento.
—De hecho, sí es. Deberías ir y recordar el pasado.
Trenton negó con la cabeza. —Nosotros recordamos la escuela secundaria.
—Recuerdo. Estoy bastante segura de que aún te odia.
Trenton negó con la cabeza, sonrió, y luego, antes de tomar otro trago, dijo—: Siempre lo hacen.
—Es una ciudad pequeña. No deberías haber quemado tantos puentes.
Bajó la barbilla, su famoso encanto subiendo a un nivel experto. —Hay algunos que no he encendido a fuego lento. Aún.
Puse los ojos, y él se rió entre dientes.
Raegan regresó, curvando sus largos dedos alrededor de cuatro vasos estándar y dos vasos de chupito. —Mi whisky amargo, tu whisky en las rocas y un pezón de mantequilla para cada una.
—¿Qué pasa con las bebidas dulces esta noche, Ray? —le dije, arrugando la nariz.
Trenton tomó uno de los vasos de chupito y lo tocó con sus labios, echando la cabeza hacia atrás. Golpeó sobre la mesa y me guiñó un ojo. —No te preocupes, nena. Yo me encargaré de eso. —Se puso de pie y se alejó.
No me di cuenta que mi boca estaba abierta hasta que mis ojos se encontraron con los de Raegan y la cerré de golpe.
—¿Acaba de beber tu trago? ¿Eso realmente ocurrió?
—¿Quién hace eso? —dije, volteando a ver a dónde iba. Él ya había desaparecido entre la multitud.
—Un chico Maddox.
Di un trago a mi whisky doble y tomé otra calada de mi cigarrillo. Todo el mundo sabía que Trenton Maddox era una mala noticia, pero eso no parecía impedir que las mujeres trataran de domarlo. Observándolo desde la escuela primaria, me prometí que nunca sería una muesca más en su cinturón, si los rumores eran ciertos y él tenía tantas muescas, pero no tenía intención de averiguarlo.
—¿Vas a dejar que se salga con la suya? —preguntó Raegan.
Apagué el humo desde el lado de mi boca, molesta. No me encontraba con estado de ánimo para divertirme, o para hacer frente a coqueteos desagradables, o quejarme porque Trenton Maddox se había bebido una bebida dulce que yo no quería. Pero antes de que pudiera responderle a mi amiga, quería terminar el whiskey que me estaba tomando.
—Oh, no.
—¿Qué? —dijo Raegan, moviendo de un tirón en su silla. Inmediatamente se enderezó en la silla, encogiéndose.
Mis hermanos y nuestro primo Colin caminaban hacia nuestra mesa.
Colin, el mayor y el único que tiene un ID legítimo, fue el primero en hablar. —¿Qué demonios, Camille? Pensé que estabas fuera de la ciudad esta noche.
—Mis planes cambiaron —le espeté.
Chase habló en segundo lugar, como yo esperaba que lo hiciera. Era el mayor de mis hermanos, y le gustaba fingir que era mayor que yo, también. —¿Por qué estás tan cabreada? ¿Te sientes regañada o algo así?
—¿En serio? —dijo Raegan, bajando la barbilla y alzando las cejas—. Estamos en público. Madura.
—¿Así que él te canceló? —preguntó Clark. A diferencia de los otros, Clark parecía verdaderamente preocupado.
Antes de que pudiera responder, el más joven de los tres habló. —Espera, ¿ese pedazo de mierda sin valor te canceló? —dijo Coby. Los chicos estaban todos a tan sólo once meses de diferencia, por lo que Coby tenía tan sólo dieciocho años. Mis compañeros de trabajo sabían que mis hermanos mostraban identificaciones falsas y pensaban que me hacían un favor al hacerse la vista gorda, pero la mayoría de las veces me hubiera gustado que no lo hicieran. Coby en particular, todavía se comportaba como un niño de doce años de edad, no muy seguro de qué hacer con su testosterona. Se inclinaba por detrás de los otros, dejando que ellos lo detuvieran de una pelea que no existía.
—¿Qué estás haciendo, Coby? —le pregunté—. ¡Ni siquiera está aquí!
—Tienes razón, no lo está —dijo Coby. Se relajó, crujiendo su cuello—. Cancelarle a mi hermanita. Le romperé la puta cara. —Pensé en Coby y T.J. entrando en una pelea, e hizo que mi corazón se acelerara. T.J. era intimidante cuando era más joven, y letal como un adulto. Nadie jodía con él, y Coby lo sabía.
Un ruido de disgusto salió de mi garganta, y rodé mis ojos. —Sólo... encuentren otra mesa.
Los cuatro muchachos empujaron sillas alrededor de Raegan y yo. Colin tenía el pelo de color marrón claro, pero mis hermanos eran todos los pelirrojos. Colin y Chase tenían ojos azules. Clark y Coby los tuvieron verdes. Algunos hombres pelirrojos no tienen el mejor aspecto, pero mis hermanos eran altos, cincelado, y protectores. Clark era el único con pecas, y aun así de alguna manera se veían bien en él. Yo era la paria, la única con el pelo castaño claro y ojos grandes, redondos, azul claro. Más de una vez los chicos trataron de convencerme de que había sido adoptada. Si yo no fuese la versión femenina de mi padre, me lo habría creído.
Toqué la frente con la mesa y gemí. —No puedo creerlo, pero el día de hoy ha empeorado.
—Oh, vamos, Camille. Sabes que nos amas —dijo Clark, empujándome con el hombro. Cuando no respondí, se inclinó para susurrarme al oído—: ¿Estás segura de que te encuentras bien?
Mantuve la cabeza abajo, pero asentí con la cabeza. Clark me dio unas palmaditas en la espalda un par de veces, y luego la mesa quedó en silencio.
Levanté la cabeza. Todo el mundo miraba detrás de mí, así que me di la vuelta. Trenton Maddox se encontraba allí de pie, sosteniendo dos vasos de chupito y otro vaso de algo que parecía decididamente menos dulce.
—Esta se fiesta se volvió más concurrida —dijo Trenton con una sonrisa sorprendida pero encantadora.
Chase entrecerró los ojos a Trenton. —¿Ese se él? —preguntó, asintiendo.
—¿Qué? —preguntó Trenton.
La rodilla de Coby comenzó a rebotar, y se inclinó hacia delante en su silla. —Ese es él. El puto le canceló y luego se presenta aquí.
—Espera. Coby, no —dije, levantando las manos.
Coby se puso de pie. —¿Estás jugando con nuestra hermana?
—¿Hermana? —dijo Trenton, sus ojos rebotando entre mí y los jengibres volátiles que se sentaban a cada lado de mí.
—Oh, Dios —dije, cerrando los ojos—. Colin, dile a Coby que pare. No es él.
—¿Quién no soy yo? —dijo Trenton—. ¿Tenemos un problema aquí?
Travis apareció al lado de su hermano. Llevaba la misma expresión divertida que Trenton, tanto como los intermitentes hoyuelos juguetones del lado izquierdo. Podrían haber sido el segundo par de gemelos de la madre. Sólo las diferencias sutiles los distinguían, entre ellos, como el hecho de que Travis era dos o tal vez un centímetro más alto que Trenton.
Travis cruzó sus brazos sobre el pecho, haciendo notar su ya considerable abultamiento de bíceps. La única cosa que me mantuvo de explotar en la silla era que sus hombros estaban relajados. No estaba preparado para luchar. Aún.
—Buenas noches —dijo Travis.
Los Maddoxs podían sentir los problemas. Al menos eso parecía, porque cada vez que había una pelea, la iniciaban o terminaban. Por lo general, ambos.
—Coby, siéntate —ordené a través de mis dientes.
—No, no estoy sentado. Este imbécil insultó a mi hermana, no estoy jodidamente sentándome.
Raegan se inclinó hacia Chase. —Ese es Trent y Travis Maddox.
—¿Maddox? —preguntó Clark.
—Sí. ¿Aún tienes algo que decir? —dijo Travis.
Coby movió la cabeza lentamente y sonrió. —Puedo hablar toda la noche, hijo de...
Me puse de pie. —¡Coby! ¡Sienta tu culo ahora! —le dije señalando su silla. Lo hizo—. Dije que no era él, ¡y lo decía en serio! ¡Ahora todo el mundo cálmese de una puta vez! He tenido un mal día, y estoy aquí para beber, relajarme, ¡y pasar un buen maldito rato! Ahora bien, si eso es un problema para ti, ¡vete a la mierda de mi mesa! —Cerré los ojos y grité la última parte, pareciendo completamente loca. La gente alrededor de nosotros nos miraba.
Respirando con dificultad, eché un vistazo a Trenton, quien me entregó una copa.

Una esquina de su boca se elevó. 
—Creo que me voy a quedar.

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